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miércoles, 12 de julio de 2017

NATURALIDAD


¿Por qué los muros de nuestras redes sociales están llenos de selfies con filtros? ¿Por qué cuando alguien etiqueta una foto con el hashtag #sinfiltros normalmente se trata de un paisaje bonito y no una "cara lavada y recién peiná"? ¿De qué nos avergonzamos o qué nos preocupa cuando nos hacemos quince fotos hasta elegir cuál de ellas vamos a publicar? ¿En qué momento la naturalidad dejó de tener encanto y ser interesante?

Parece que si no tenemos la sonrisa perfecta, el pelo ideal o la mueca más encantadora, nuestra imagen no tiene valor... Ha quedado muy atrás aquello de que "la belleza está en el interior" cuando también se nos ha olvidado eso de que la fachada es sólo eso, fachada, señores.

No vendría mal que de vez en cuando mirásemos uno de nuestros selfies y viésemos qué transmite nuestra fachada para después mirar hacia nuestro interior y comprobar cómo está de cerca una imagen de la otra. Si lo que transmites hacia fuera coincide con lo que sientes hacia dentro, puedes dejar de leer. Pero si no es el caso, háztelo ver...

Probablemente, si aprendemos a aceptar nuestros defectos, también puede que dediquemos menos tiempo a los filtros en el próximo selfie que vayamos a publicar. Igual tampoco es necesario aplicar blanqueador dental para lucir dientes de blanco "Ariel", ni ponerle "velos" a nuestras arrugas para publicar caras de porcelana antes de compartir una imagen con nuestros contactos; seguro que a ellos les importa saber que estamos pasando un buen rato y que nos sentimos bien y no tanto que luzcamos una cara lisa con cero defectos, como si fuéramos una de las figuras de #lladró...

Quizás deberíamos preocuparnos más por disfrutar y compartir todo lo que uno quiera compartir, pero sin disimular que todo está bien cuando no lo está... ¿qué aporta publicar una foto perfecta, llena de filtros cuando por dentro uno está hecho un trapo?

Me gustan las redes sociales, tengo Twitter, Facebook, LinkedIn e Instagram. Me gusta sentirme cerca, a través de ellas, de la gente que tengo lejos, es una manera de estar presente en su día a día...Pero lo que más me gusta es saber que cuando comparten una foto se sienten bien, que están pasando un buen rato y que quieran compartir conmigo ese momento, y para ello, señores, me dan igual los filtros que pongan. Me quedo con la alegría y los sentimientos que me transmiten al natural, sin filtros.

Es verano, está lloviendo y me encanta correr bajo la lluvia en esta época del año, y así, sin filtros, con los kilos de más que no he conseguido quitarme para llegar a la #operaciónbikini, las ojeras acumuladas durante la semana, las canas que de momento sigo renegando a tintar y mis incipientes arrugas, comparto este momento contigo. Probablemente tú estés pensando que ni se me notan las canas, ni las lorcillas de más, ni que las arrugas sean para tanto...Pero sí, ahí está todo eso, y soy tan consciente de ello como de que con esta foto mi fachada transmite lo bien que me siento ahora mismo por dentro.
Artículo de Natalia Márquez
Huffington Post

martes, 4 de julio de 2017

MAMÁ Y CUERPO


Mi relación con la comida ha sido siempre complicada, por decirlo de forma suave. Debido al asma, siempre he tenido miedo de hacer ejercicio, de modo que he ido ganando peso desde que era adolescente. Perdí veinte kilos asistiendo a mis reuniones semanales y controlando todo lo que comía. Me sentía como si estuviera reeducándome a mí misma sobre qué es sano y cuál es la ración apropiada. Poca grasa, pocos hidratos de carbono y mucha fibra: esas fueron mis normas. Aunque entonces no lo sabía, los trucos que aprendí para evitar las calorías podrían servirme para toda la vida. Me encantaba sentirme "delgada". A veces, renunciaba de forma premeditada a comer antes de las ocasiones especiales para sentirme bien conmigo misma. Pese al asma, hacer ejercicio se convirtió en una rutina central de mi vida: corría kilómetros y kilómetros y podía doblarme en cualquier dirección que te puedas imaginar. Era una antigordos.
Cuando las madres charlamos sobre nuestros cuerpos, muy pocas confiesan que les gusta más su cuerpo de después del parto que el de antes. Yo soy una de ellas. No me malinterpretéis, no ha sido un camino de rosas: he tenido que aprender a cambiar mi forma de pensar sobre el cuerpo y la salud. Parece que a veces, mientras nos zampamos una zanahoria con solo tres horas de sueño encima, nos olvidamos de que estar sanas y estar delgadas no es lo mismo. Me lo hicieron ver al nacer mi hijo. Cuando nació, le decían "gordinflón", y no fue hasta que varios amigos y familiares me insistieron en que lo más sano para el bebé era ser un gordinflón cuando me di cuenta de que estar delgada no tenía por qué ser bueno. ¿Cuándo se produce el cambio? ¿Por qué medimos nuestro valor personal según nuestra talla corporal? Es más, ¿por qué medimos nuestra valía como madres según lo rápido que podemos hacer desaparecer las secuelas del embarazo?

Tras un año de baja maternal asumiendo el giro de 180 grados que había dado mi vida al dar a luz, pensé muy seriamente qué modelo quería ser para mi hijo. Fue cuando de verdad empecé a cuestionarme si amoldarme a los estereotipos de nuestra sociedad era un buen ejemplo. Y no, no lo es en absoluto. Es necesario aceptar que los cuerpos cambian al dar a luz y siguen cambiando después. Quiero que mi hijo vea que las mujeres pueden ser felices y estar sanas sin ponerse a dieta o empezar rutinas que tomen el control de sus vidas. Quiero que crezca sabiendo respetar a las mujeres por algo más que por sus cuerpos, que aprenda a ver más allá de la carne, los huesos o los granos de una persona.
Cuanto más tiempo pasa desde que soy madre, más orgullosa me siento de mi cuerpo. Esos impresionantes abdominales desaparecieron hace mucho tiempo, cuando los especialistas me aconsejaron que lo dejara. Desde ese momento, en mi subconsciente corté de raíz con esa dieta y esa mentalidad de tallas pequeñas. Ahora me siento liberada. Me encanta sentarnos a la mesa como una familia y disfrutar de la comida, todos con el mismo menú en el plato. Ahora tomamos lácteos, carne e hidratos de carbono todos los días. Todos los días aparece en las redes sociales una nueva dieta libre de lactosa, azúcar, gluten... y a veces me acabo preguntando si soy la única que come de todo.

He aprendido que no hace falta amoldarse para ser feliz. Yo ya he dejado atrás las dietas. Se trata de ser feliz uno mismo, no de hacer felices a los demás. En mi caso, me hace feliz cultivar mis propios alimentos y disfrutar de la comida junto a mi familia. Cuando empecé a distanciarme de aquello en lo que la parte crítica del mundo quería convertirme, por fin pude aceptar mi cuerpo tal y como es. Me gustaría que esta historia sirviera para que todas las madres del mundo se abstuvieran de hacer caso a los estereotipos que los medios nos quieren inculcar. Comed lo que os haga feliz, seguid una dieta equilibrada o zampaos ese pastel, esa fruta o ese trozo de pan. Haced ejercicio si lo disfrutáis, cultivad el huerto, sacad a pasear al perro o jugad al pillapilla con vuestros hijos. Por amor de dios, ¿podemos empezar a valorar lo increíbles que son nuestros cuerpos independientemente de la talla antes o después del parto?

Helen Aveyard
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Reino Unido