LA RUPTURA
Una ruptura amorosa abre ante nosotros una sima llena de incertidumbre y de desequilibrio. En ese instante comenzamos a encontramos solos y desvalidos, y el miedo, mezclado con otras emociones, se apodera de nosotros. Es en ese momento cuando entramos en una zona rota, un aro en apariencia terrible, pero que encierra la oportunidad de oro para conocernos y salir impulsados hacia una nueva zona de evolución. Esta zona de ruptura corresponde a la fase de la etapa aguda del duelo por la pérdida emocional.
Los dos frenos más visibles de la iniciativa en el ser humano suelen ser la queja y la excusa. La queja obedece a la actitud de un niño que llama la atención porque desea ser consolado. La excusa la emplean los niños que quieren ser exculpados de su responsabilidad en un asunto. En el fondo, el mundo de los adultos no difiere mucho del de los niños. La queja y la excusa las usamos como armas para no hacer nada y seguir recreando un drama alrededor de una situación de la que podemos salir. Si acabas de romper con tu pareja, quizá esta afirmación te resulte dura, seca y áspera. Sé que estás en un torbellino emocional complejo, pero es necesario que no pierdas de vista esta afirmación que acabo de hacer. Puedes remontar, puedes renacer, puedes volar y puedes ser libre.
La metamorfosis es un término que procede del griego y significa alteración de la forma. La metamorfosis es un proceso de transformación mediante el cual un objeto o entidad cambia de forma. Con la queja en primer plano y la excusa como compañera de viaje, estamos condenados a vivir en una especie de bucle interminable que nos clava a una realidad antipática donde se nos hace imposible transformarnos. En ese país que nos hemos creado, siempre hacemos lo mismo y siempre pasa lo mismo. En ese territorio nos vemos a nosotros como orugas sin alas y a los demás como mariposas libres, cuando la realidad es que también somos mariposas con la única salvedad de que nuestras alas están escondidas bajo el telón de la pesadumbre que nos hemos generado tras la ruptura y a la que somos adictos.
Te propongo que cambiemos el inicio de la pregunta «¿Por qué te has ido?». En su lugar vamos a preguntarnos lo siguiente: «¿Para qué te has ido? ». Ambas cuestiones apuntan a direcciones distintas y sus resultados, por tanto, también difieren. Una pregunta encabezada con un «por qué» nos lleva a buscar una causa, una razón o una justificación a un hecho. Generalmente esos «¿por qué...?» llevan una crítica encubierta detrás, nos encierran en el lado más oscuro de la situación, levantan barreras y activan nuestra obsesión por encontrar una razón lógica, racional y analítica.
El «para qué» es un inicio abierto que nos ayuda a profundizar en nuestro interior, hace que el foco del asunto recaiga sobre nuestra vida y evita que nos obsesionemos con la persona que se acaba de ir de nuestra vida y con las razones que tuvo para romper la relación, eleva nuestra conciencia y nos hace darnos cuenta de dónde estamos para descubrir una nueva información que potencie nuestra capacidad para actuar y dar pasos en nuestra vida, independientemente de lo que nos haya sucedido.
Este cambio de perspectiva te va a ayudar a atravesar el duelo en el que estás inmerso y combinará la información de tu mente de otra forma. No le des la espalda al duelo porque, de hacerlo, te acompañará para siempre en tu vida y se enquistará de tal manera que será complicada la labor de despegarte de él. El duelo aparece siempre que algo querido, importante o prioritario desaparece de nuestras vidas. Esa pérdida hay que procesarla e integrarla a través de un proceso de adaptación emocional y de regulación vital, que es en lo que consiste el duelo, y en el que se suelen advertir estas tres fases generales:
Este cambio de perspectiva te va a ayudar a atravesar el duelo en el que estás inmerso y combinará la información de tu mente de otra forma. No le des la espalda al duelo porque, de hacerlo, te acompañará para siempre en tu vida y se enquistará de tal manera que será complicada la labor de despegarte de él. El duelo aparece siempre que algo querido, importante o prioritario desaparece de nuestras vidas. Esa pérdida hay que procesarla e integrarla a través de un proceso de adaptación emocional y de regulación vital, que es en lo que consiste el duelo, y en el que se suelen advertir estas tres fases generales:
- La fase inicial caracterizada por la evitación que surge como un mecanismo de defensa ante la rudeza o crueldad de la realidad y que perdura en el tiempo hasta que seamos capaces de asimilar la pérdida, algo que se hace de manera gradual.
- La fase intensa o aguda que está dominada por un desinterés hacia el mundo exterior, por la inhibición de toda productividad y por un gran dolor que puede tomar forma de tristeza extrema o de rabia. La angustia se apodera de nosotros y nada tiene sentido. En esta etapa experimentamos unos confusos altibajos emocionales que nos desconciertan en ocasiones.
- La fase de resolución del duelo se inicia con la escalonada reconexión con la vida, con la estabilización del efecto montaña rusa de la etapa intensa y con la disolución del dolor agudo.
- Acepta la realidad de la pérdida.
- Experimenta la realidad de la pérdida.
- Siente el dolor y todas las emociones asociadas al mismo.
- Adáptate a tu ritmo al nuevo ambiente.
- Reinvierte tu energía emocional en nuevas ilusiones y experiencias.
Atravesar un estado de aflicción es una de las experiencias más complicadas de la vida y una de las que más nos abren al autodescubrimiento. Sé que hace falta mucha valentía y arrojo para conversar con nuestros estados de ánimo en los momentos más duros de una ruptura, pero también sé que ese espacio íntimo que construyas para ti, será tu nido, tu hogar y el fértil campo en el que podrás plantar las semillas de tu despertar al amor verdadero.
Artículo de Helena López-Casares en Huffington Post
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